Por: Ventura Alfonso Alas.
El Salvador. 15/08/2016

No estamos donde vamos a llegar, tampoco estamos a donde queremos llegar; pero ya estamos lejos de donde comenzamos…
Martin Luther King Junior

El pueblo salvadoreño ha tenido que pagar con sangre magna todos los espacios de participación a los que ha logrado incidir.
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El cierre de la década de los 70´s y el inicio de los 80´s sería de mucha convulsión social para el país, también sería el inicio de un producto en construcción: Masacres de estudiantes y sociedad civil, de líderes campesinos, de líderes religiosos, capturas y torturas de líderes políticos, represión a todo nivel… serían las condiciones que caracterizaron esta etapa de la historia salvadoreña; estalla la guerra civil.

En 1980, miles de campesinos, son desalojados de los lugares de origen a través de operativos militares de tierra razada, invasiones y bombardeos; disparaban a todo movimiento; saqueados e incendiados los cantones y caseríos. Niños, jóvenes, adultos, ancianos y mujeres inician un éxodo que se prolonga durante días, semanas, meses, años, huyendo en los cerros, ríos y montañas de Chalatenango.

Mientras se huía víctimas de la guerra civil, en medio de combates y persecución constante del ejército salvadoreño, no se contaba con alimentación y muy pocos abrigos. En la medida que avanza el tiempo guindeando se encuentran en ese caminar personas de muchos lugares, concentrando decenas de millares en lugares específicos. El pueblo es testigo de un sinfín de barbaries cometidas por los militares, entre ellas la masacre de más de 600 campesinos en el río Sumpul la madrugada del 14 de mayo de 1980.

Sabiendo que la guerra civil era interminable el pueblo se encamina hacia la frontera de Honduras con El Salvador, buscando refugio en aldeas hondureñas. El ejército hondureño asediaba a la población civil salvadoreña. Muchas familias ya para la masacre del río Sumpul se encontraban en Honduras. El padre Fausto Milla de origen hondureño iniciaría a refugiar personas y familias en distintos puntos de Honduras y promovió en diferentes medios la crisis de refugiados que se vivía en la frontera.

Poco tiempo después el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), establece un lugar en Mesa Grande, aldea hondureña del municipio de Ocotepeque para refugiar a miles de salvadoreños estancados en la frontera. Días después se inicia el traslado de la población de manera organizada y bajo el estatus de refugiados. La solidaridad internacional acompaña este proceso. La población tendría garantía de la vida, alimentación, servicios de salud, vivienda, vestuario… Lo que el estado salvadoreño había negado y quitado a sus ciudadanos.

Poco a poco fueron llegando a este lugar más y más salvadoreños que huían de la guerra, hasta llegar a concentrar 11,500 personas organizados en 7 campamentos. Las viviendas eran fundamentalmente de madera, lona, nailon y lámina. Delimitado por un cerco de alambre de púas y custodiados permanentemente por el ejército hondureño, se logra una organización social de las mejores en el mundo de ese tiempo.

Los coordinadores de cada comité de campamento conformaban una directiva para todo el refugio. Luego había un coordinador de módulo que aglutinaba entre 15 a 20 familias. La iglesia católica tenía su propia estructura organizativa. Párrocos para todo el campo de refugio, celebradores de la palabra en cada campamento, coros y catequistas. El área de salud tenía asistencia médica, nutrición y sanidad. La producción era diversificada: peces, aves de corral, cerdos, conejos, hortalizas, milpa… La educación popular llega hasta los campamentos de refugio con maestros surgidos del pueblo y en permanente actualización, a través de la escuela técnica.

Los diferentes talleres que se crearon y desarrollaron emergieron de la necesidad por la satisfacción de necesidades básicas de los refugiados: carpintería, hojalatería, jarcia, mecánica automotriz, electricidad, zapatería, sastrería… Es necesario resaltar que toda esta actividad organizativa, de servicios y económica, eran los refugiados quienes la desarrollaron, con apoyo técnico de la solidaridad internacional.

Con los acuerdos de Esquipulas 2, en 1987 firmado por los jefes de estado de Centro América, en donde acordaron una cooperación económica y una estructura básica para la resolución pacífica de los conflictos; las repoblaciones de San José Las Flores y Arcatao; abren un nuevo escenario político que favorecen las repatriaciones.

Además de estas condiciones externas a los campamentos de refugiados, internamente se desarrollan una serie de acontecimientos durante los 8 años de refugio el ejército hondureño realizaba patrullajes constantes, cateos y represión, así como actividades de entrenamiento en la periferia del territorio delimitado como maniobras de terror. En los últimos años ACNUR limitó la ración de comida a toda la población, esta situación llevó al pueblo hasta la realización de ayunos para exigir el derecho a la alimentación.

Si bien es cierto que había una desconexión geográfica de El Salvador, el sentimiento de lucha y el deseo de volver a los lugares de origen cada día más se interiorizaban en el pueblo. Hijos, primos, tíos, abuelos, hermanos, amigos… en el frente de guerra u otros lugares sobreviviendo en medio de la guerra. Eran los otros elementos de pensar y sentir interno de las personas que les empujaban para volver a El Salvador.

La configuración de factores externos e internos al campo de refugiados, abrió las puertas para iniciar un proceso de negociación con el ACNUR para realizar de manera organizada y coordinada junto a los gobiernos de El Salvador y Honduras el primer retorno en octubre de 1987. Esta negociación tendría algunos impases que obligaría a los refugiados a escribir una carta al secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar en diciembre de 1988 para exigir el derecho a una repatriación al país de origen.

Habiendo sido todo un éxito el primer retorno de más de 2,500 refugiados, que ha repoblado las comunidades de Las Vueltas y Guarjila de Chalatenango, así como Copapayo en Cuscatlán y Santa Marta del departamento de Cabañas; se organiza una segunda repatriación para agosto de 1988.

El proceso iniciaría con una convocatoria general a toda la población por campamentos, para hacer el anuncio de la posibilidad de una segunda repatriación, acción seguida se elegirían los comités que se encargarían de darle continuidad a toda la causa.

El día 13 de agosto de 1988 en horas de la mañana, se consuma la salida de 1,250 refugiados de Mesa Grande, en San Marcos de Ocotepeque, Honduras. El destino serían San Antonio Los Ranchos y Teosinte de San Francisco Morazán, ambos de Chalatenango. –El día anterior sería un ambiente de alegría desarmando casas de madera, empacando el limitado vestuario, preparando alimentación para el viaje, cargando camiones, despedidas improvisadas; la esperanza y la alegría, la ilusión de volver a la tierra de origen viajaban junto a los refugiados.

Organizados en caravana, en un convoy de 122 camiones y 45 buses, de los cuales: 86 camiones y 28 buses para San Antonio Los Ranchos y rumbo a Teosinte 36 camiones y 17 buses; así como otros vehículos de logística y de ACNUR conformaban todo el conjunto de automotores.

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Teosinte y San Antonio Los Ranchos estaban totalmente destruidos por la guerra civil que se libraba en el país; eran campos de batalla, zonas en disputa de control territorial entre el ejército salvadoreño y la guerrilla. Paredes de viviendas destruidas cubiertas por los montes, y los abundantes casquillos era lo que caracterizaba los sitios de asentamiento.


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